Sin
algodón
El algodón caía
interminable por la fisura abierta sobre las costuras de sus brazos.
Despavorido, el oso de peluche huía de las espeluznantes sombras con manos de
tijeras que se dibujaban contra la fachada de los edificios aquella noche.
Al igual que en una
pesadilla, el hedor del miedo ascendió, quemándole la nariz.
El “chast-chast” de
las tijeras retumbaba en sus oídos.
En aquellas
metrópolis tan grandes, no había lugar para los seres hechos de hilo y algodón.
La voracidad de los filos de sus tijeras terminaría por romper del todo sus
costuras, vertiendo su sensible contenido sobre el asfalto. Innumerables y
diarios eran los cuerpos de osos que, como él, aparecerían rotos mañana en
brazos de la cruel ciudad de gris metal.
Sus blandos pies se
pararon en seco frente al callejón.
Presa del pánico, se
giró, saliendo de aquella encerrona los más rápido que pudo, dejando un rastro
blanco tras de sí. Llevaba mucho tiempo escapando de las crueles garras que
todo lo ensombrecían. Y ese día no sería diferente.
Lo conseguiría.
Esquivando con
maestría las fauces de acero de aquellas tijeras, corrió hacia otra de las
callejuelas, perdiéndose en la penumbra que lo acogía.
Luis Antón
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