El oso de Alicia
En silencio, el hilo
cayó sobre la pata descosida del oso de peluche. Sin apenas mover la cabeza
para que Alicia no se percatase la miró fijamente. Sus ojos oscuros la
contemplaban con cierta tristeza intentando evitar los recuerdos que tanto daño
le hacían.
Alicia se giró hacia
su oso.
Hacía tanto tiempo
que no estaba entero que los recuerdos de tardes enteras jugando con ella
habían comenzado a disiparse. A duras penas podía recordar cuando jugaban a
perseguir a un conejo imaginario en ese mundo inventado donde sólo ellos podían
acudir. Todas su grandes aventuras en el jardín donde, acechados por el
misterioso gato del vecino, corrían huyendo de las continuas amenazas de su
malvada tía con su delantal rojo.
Embriaga en sus
propios recuerdos se levantó como hipnotizada.
Con una decisión que
hacía años no tenía, la aún joven Alicia comenzó a coser la pierna del oso de
peluche con una callada sonrisa. El tacto del hilo saliendo de la suave pata
del peluche parecía transportarla directamente a su infancia.
Pronto escuchó los
pájaros.
Acabó de coser.
Entonces, un ritmo
muy conocido comenzó a sonar. El “tic-tac” del reloj llenó toda la habitación
Luis
Antón
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