Ciencia del terror
Los
restos de sangre, a pesar de haber sido limpiados, aún parecían producirle
aquella inexplicable quemazón sobre las palmas de sus manos mientras recorría
el estrecho pasillo de la oficina. Con molestos chasquidos, el ir y venir de
las rojizas luces de la planta no hacían sino adentrarla en un terrorífico
sueño de pesadilla.
Todo
había sucedido demasiado rápido. O quizá al contrario todo se había retrasado
muchísimo más de lo que lógica humana hubiese llegado a permitir.
Tosió.
El
humo que salía de su hombro derecho le quitaba parte de la visibilidad, pero
era soportable. Al menos, al contrario que muchos de sus antiguos compañeros de
trabajo, ella aún podía escapar y salvarse.
Se
llevó una mano a su hombro dañado, palpando la fina capa de metal que escondida
bajo la piel.
Hacía
años que llevaba aquel brazo robótico desde que sufrió el accidente de coche. Jamás
podría acostumbrarse. Era extraño pensar como algo que en principio prometía
perpetuar tu vida con normalidad, acababa robándote lo más sagrado que podía
tenerse: la humanidad.
Era
muy fina la línea que dividía la maquinaria de la propia vida. Las imágenes de
todas aquellas modelos y presentadores con pequeños implantes de metal
sustituyendo algunos de sus miembros parecían martillear su cabeza.
Siguió
corriendo desoyendo el sonido de sus propios tacones, ignorando los restos
esparcidos por el suelo que, al igual que ella, carecían de identidad y una vez
pudo haber llamado compañeros. El latido de su corazón pareció sincronizarse al
son del metálico crujido de su hombro herido.
<<Un
robot jamás podrá dañar a un ser humano>>, recordó que había dicho el Presidente
cuando implantó el sistema de robots. Nunca olvidaría el día que llevaron a
aquellos robots a su oficina. Ahora todos se habían revelado y parecían no
reconocer a los humanos.
Bajo
un zumbido, algo impactó contra una de las luces, haciéndola explotar.
En
su ardor más humano, abrió la boca dispuesta a gritar de terror. Pero no pudo.
Con la frialdad de una máquina, su seca garganta profirió un amargo silencio de
robot.
Luis
Antón
Un relato de gran calidad.
ResponderEliminarA mi también me gusta la escritura, y tu blog me inspira con un montón de ideas.