"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo".
Oscar Wilde

jueves, 11 de septiembre de 2014

Ciencia del terror


Ciencia del terror
Los restos de sangre, a pesar de haber sido limpiados, aún parecían producirle aquella inexplicable quemazón sobre las palmas de sus manos mientras recorría el estrecho pasillo de la oficina. Con molestos chasquidos, el ir y venir de las rojizas luces de la planta no hacían sino adentrarla en un terrorífico sueño de pesadilla.
Todo había sucedido demasiado rápido. O quizá al contrario todo se había retrasado muchísimo más de lo que lógica humana hubiese llegado a permitir.
Tosió.
El humo que salía de su hombro derecho le quitaba parte de la visibilidad, pero era soportable. Al menos, al contrario que muchos de sus antiguos compañeros de trabajo, ella aún podía escapar y salvarse.
Se llevó una mano a su hombro dañado, palpando la fina capa de metal que escondida bajo la piel.
Hacía años que llevaba aquel brazo robótico desde que sufrió el accidente de coche. Jamás podría acostumbrarse. Era extraño pensar como algo que en principio prometía perpetuar tu vida con normalidad, acababa robándote lo más sagrado que podía tenerse: la humanidad.
Era muy fina la línea que dividía la maquinaria de la propia vida. Las imágenes de todas aquellas modelos y presentadores con pequeños implantes de metal sustituyendo algunos de sus miembros parecían martillear su cabeza.
Siguió corriendo desoyendo el sonido de sus propios tacones, ignorando los restos esparcidos por el suelo que, al igual que ella, carecían de identidad y una vez pudo haber llamado compañeros. El latido de su corazón pareció sincronizarse al son del metálico crujido de su hombro herido.
<<Un robot jamás podrá dañar a un ser humano>>, recordó que había dicho el Presidente cuando implantó el sistema de robots. Nunca olvidaría el día que llevaron a aquellos robots a su oficina. Ahora todos se habían revelado y parecían no reconocer a los humanos.
Bajo un zumbido, algo impactó contra una de las luces, haciéndola explotar.
En su ardor más humano, abrió la boca dispuesta a gritar de terror. Pero no pudo. Con la frialdad de una máquina, su seca garganta profirió un amargo silencio de robot.


Luis Antón

1 comentario:

  1. Un relato de gran calidad.

    A mi también me gusta la escritura, y tu blog me inspira con un montón de ideas.

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