Imaginación
Siguieron
caminando por las oscuras sendas de la conducta.
Bajo aquella espesa neblina caminaba un hombre de aspecto lúgubre y
cansado, hundiendo sus pesadas botas en la tierra, seguía sin ser realmente
consciente el mismo camino que había tomado siempre. Viendo sin ver y
escuchando sin escuchar, a veces levantaba la vista, dejando ver sus ojos bajo
el amparo de su gran sombrero negro, observando la nada en su lejanía más
inhóspita. Inexpresión y tristeza hecha facciones en un mismo semblante.
Destinado a caer por el precipicio más escarpado, continúo la vereda de su
verdad frente a él, ignorando todas aquellas vías y salidas que existían a su
alrededor, sintiéndose únicamente atraído por su derrotero ya sabido y
conocido.
Sin intuirse por la opaca bruma, a escasos metros caminaba una
muchacha.
Tenía la cara iluminada por una bonita sonrisa de apariencia infantil y,
al mismo tiempo, esbozos adultos. A pesar de su indecisión al caminar, avanzaba por su senda satisfecha, observando
los débiles bordes de su trayecto. Su colorido sombrero amarillo lucía como el
sol sobre su cabello oscuro, dándole un aspecto despreocupado y juguetón.
Simulando un eterno baile de locura y diversión, la chica prosiguió su camino
hacia la nada y el todo, lo común y lo sabido, ignorando al igual que el hombre
los pequeños desvíos de huellas que había estado encontrándose desde hacía
tantos años.
Delante de ellos, siguiendo una ruta cercana, se encontraba un anciano.
Ciego por sí mismo y sordo por costumbre, paseaba por su marcada ruta
de forma ausente y automática. A veces rápido y otras con lentitud, los
impacientes pasos del hombre parecían tener vida propia. En contraste con su
edad, su moderno sombrero rojo parecía devolverle los años que el tiempo le
había robado. Vivir la vida al momento y vivirla hasta las últimas
consecuencias sin plantearse otros caminos.
Pisó sin darse cuenta una de las desdibujadas huellas que, como los dos
anteriores, siempre se había dedicado a ignorar, borrándola un poco más tras de
sí.
Siendo invisible o quizá desconocido, un pequeño niño los observaba
desde lejos entristecido, con un lápiz en la mano.
Con su sombrero verde, recordando al nacer de las hojas y las ideas,
comenzó a dar brincos hacia ellos, intentando llamar su atención con toda clase
de frases y cánticos. Pero la sordera les impedía escuchar los susurros de la
seducción más creativa. Sin rendirse ni cansarse, el divertido niño jugaba a
cruzarse por sus direcciones, dejando clavadas sus huellas a lo largo de sus
inmensos caminos. Sin embargo, la ceguera de la cotidianidad y lo conocido ya
había tomado posesión de ellos antes de darse cuenta.
Siendo incapaz de ver las nuevas alternativas que cruzaban sus senderos
y encerrados en sus propias visiones ya aprendidas con el tiempo. Las tres
personas siguieron caminando hacia el escarpado precipicio de la mediocridad,
tan fría, dura y grisácea que acabaría borrando el color y sentido de sus locos
sombreros para pensar.
Luis Antón.
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