"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo".
Oscar Wilde

domingo, 29 de diciembre de 2013

Delirios de sangre


Delirios de sangre

—Uno…
La niña tropezó con la raíz de un árbol, precipitándose al suelo con un agudo grito de terror y sorpresa.
Estaba húmedo y caliente, anunciando el sacrificio venidero que allí iba a efectuarse.
Arrastrándose como pudo, retomó su recorrido, ignorando las pequeñas manchas de tierra y sangre que ahora se veían en su disfraz de bruja.
—Dos…
Espantada al oír aquella afilada voz, se metió entre unos matorrales escarpados y tan retorcidos como los cuernos de un carnero. Pero ni siquiera las siniestras ramas que jugaban a atraparla y arañarla podían protegerla de los molestos rayos de la luna que, crueles, hacían brillar sobre ella la maldición de su propia muerte.
—Tres...
Desesperada y con la piel llena heridas, consiguió sacar la cabeza entre lágrimas de aquella cárcel de ramas. Ahogándose en ansiedad y mareada por la histeria, perdió el equilibrio, clavando las rodillas en el suelo, despertando un fuerte crujido al caer.
Casi como en un sueño, dirigió su llorosa mirada hacia abajo, intentando enfocar lo que apenas veían sus ojos.
Huesos.
Se arrastró fuera de allí entre alaridos de terror, hundiendo sus delgados dedos en barro para impulsar su cuerpo sobre el oscuro suelo del bosque. Apoyó la mejilla contra la tierra húmeda, llevando una de sus manos contra la boca, al mismo tiempo que intentaba acompasar su respiración para no caer en un ataque de pánico.
Un ruido.
Giró la cabeza con lentitud, mostrando aquella mueca de pánico sobre sus pálidos labios.
—Te encontré.


Luis Antón

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