Viejos sueños
Bajo la intensa luz de la tarde, el resonar de unos
pasos parecía eclipsar cualquier sonido existente. Aquella conocida calle tenía
un aspecto diferente al que recordaba. Como en un leve murmullo, los rastros de
viejos graffitis parecían relatarle
una vez más todos los momentos que vivió en aquel mismo sitio.
Irrumpiendo poderosamente en su
ensimismamiento, el sonido de una conocida risa pareció acariciar su cabello
junto con la tímida brisa. Ante ella, el atisbo de un viejo dolor de juventud
se irguió con fuerza rompiendo los abismos del tiempo y el espacio.
Se pararon en seco el uno frente al
otro.
Apenas podían reconocerse con aquellas
oscuras ropas de oficina y el semblante serio. Sus tiempos de rebeldía habían
quedado ya relegados a sólo la energía de su memoria.
Sin poder evitarlo, en un perpetuo
silencio, sus ojos comenzaron a recordar más allá de sus aspectos.
A medida que la viveza de los viejos graffitis cobraba renovadas energías
para reconstruirse, todo el entorno bajo sus pies parecía cambiar. Las viejas
paredes grisáceas cubrieron su suciedad para dejar pasar a su lustro de antaño.
Acariciada por los rayos del sol, sus
rostros parecieron desdibujar sus marcados perfiles para evocar a la redondez
de la adolescencia. Ante él, su cabello recogido en aquel pulcro recogido
comenzó a alborotarse hasta caer por su espalda. Desdibujándose los rectos
pantalones dejaron descubrir sus largas y torneadas piernas con una falda
corta. A ojos de ella, la oscura chaqueta que él portaba se tiñó de negro a
vaquero, de suelto a ajustado. La gomina que daba brillo a su pensado peinado
se evaporó como el agua tras días de sol, devolviéndole su recordado aspecto
desenfadado.
— Lena– dejó escapar como si de un
suspiro se tratase admirando a la chica de sus recuerdos–, ¿dónde has estado?
Hace ya tanto que no nos veíamos que apenas puedo creerlo.
— Adri– murmuró ella sin ser realmente
consciente de lo que decía, mirándolo como el que contempla a una antigua
ensoñación–. Sólo vine a pasar unos días con mis padres, llevaba años sin
regresar.
La tenue fragancia de sus recuerdos le
devolvió el atractivo de la sonrisa de Adrián, quien, a sus ojos, se mostraba
con aquel aspecto tan liviano y divertido que tantos momentos le había hecho
vivir hacía un tiempo. No pudo evitar devolverle la sonrisa como siempre había
hecho.
Sin tomar pasos demasiado apresurados,
comenzó a acercarse a la dulce muchacha de la mirada tan brillante. La tensión
de sus cuerpos comenzó a descender a medida que la distancia se acortaba entre
ambos. Probablemente ambos mentirían si no confesasen el haber fantaseado con
este momento al menos en la soledad de la imaginación.
— ¿Te acuerdas?– dijo él mientras
señalaba a la pared con una media sonrisa.
Haciendo un movimiento quizá demasiado
lento y dudoso, Lena giró su cuello hacia el muro al que señalaba.
Colorido. Todo era colorido sobre
aquella pálida pared de barrio. Las pintadas con todos aquellos nombres ya
borradas por el tiempo podían verse ahora con franqueza ante sus ojos. Entre
ellas una debido a su color rojo. Las iniciales de lo que una vez fue una
promesa se vieron reflejadas en sus pupilas y también en parte de su viejo
corazón de adolescentes.
— Ahora eres toda una señorita de ciudad,
¿no?– inquirió él con una voz muy jovial y divertida.
Al igual que en un golpe de tráfico, la
verdad pareció impactar contra el rostro de la joven.
Jamás olvidaría esa tarde lluviosa donde
tuvo que despedirse de todos para emprender su camino lejos de los límites de
aquel pueblo perdido. Su sueño de poder hacerse un hueco en la capital yendo a
la Universidad, por primera vez, estaba al fin al alcance de sus dedos. Los
oscuros ojos del chico de sus recuerdos no tenían ni un atisbo de la ilusión
que ahora presentaban. Cuando ella decidió dirigirle una mirada a través del
cristal del coche de su padre, rumbo a la capital, creyó ver en ellos algo
sombrío, frío y roto que desde hacía algún tiempo rondaba ya entre los dos.
Un sueño por otro sueño.
La pintura roja que daba forma a sus
iniciales pareció caerse de la pared como sucio polvo. De pronto, la viveza de
aquella estrecha calle comenzó a palidecer ante el resurgimiento de su
deplorable estado actual. La sensación del sutil baile de su melena suelta en
el viento desapareció progresivamente hasta recuperar la rigidez de su
recogido.
— ¿Lena, estás bien?– irrumpió la voz
del muchacho en sus pensamientos.
Le dirigió una rápida mirada.
Aquel altivo joven que una vez conoció
seguía estando ante ella pero con un aspecto muy diferente. Su cabello
desenfadado volvía a estar recogido en una torpe capa de gomina y su cara antes
imberbe volvía a estar cubierta de vestigios de un afeitado rápido y mal
apurado.
— Periodista– corrigió ella, recobrando
la compostura mientras alzaba la cabeza con orgullo–. Soy periodista, no una señorita de ciudad. Y soy Elena, ya no
me gustan esos diminutivos, Adrián.
— ¿Periodista?– se burló él en tono
jocoso–. ¿Me has cambiado por esa tontería? Si te hubieses quedado habrías
podido trabajar de encargada en el bar de mi padre. Tú y tus tonterías de irte
de aquí.
El aura fría, sombría y rota volvió a
pesarle de nuevo sobre los hombros a medida que lo escuchaba. Aquel amor con el
que fue retratado el rojo de sus promesas había sucumbido a ser polvo viejo y
resbaladizo. Ni vestigios de aquel vivo color podían ya notarse en aquellas
grisáceas paredes de su infancia.
— Buenas tardes, Adrián– dijo Elena
emprendiendo de nuevo el camino en dirección a casa de sus padres–. Ha sido un
placer verte después de tanto tiempo.
Luis Antón.
Igual podrías haber elegido otra profesión que distancia más a Lena de su pasado, porque al fin y al cabo el periodismo ayuda a la gente a conocer la realidad. Un oficio más frío hubiese sido más acertado.
ResponderEliminarAún así creo que es de los mejores relatos que te he leído y me gusta mucho el tono y la atmósfera que has creado. Enhorabuena.
Tienes razón respecto a lo de la profesión. Tendría que haber sido algo más económico y no tan social.
ResponderEliminar¡Gracias por leerlo!