"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo".
Oscar Wilde

martes, 3 de marzo de 2015

Colección de artista

Colección de artista
Comenzaron las lágrimas a resbalar por sus mejillas como el agua sobre la arena seca de la playa. En el callado silencio del bosque, las caricias de las ramas parecían inspirar una armonía sorda y muerta que caía en el ambiente yermo de la soledad contra los fuertes barrotes que la guardaba. Sus ojos comenzaron a dejar de ser de zafiro y plata para teñirse sin brillo de una manera hasta ahora inusual.
Un escalofrío recorrió la suave curvatura de sus hombros por debajo de la ropa, haciéndola estremecer hasta exhalar un suspiro acusado de agonía. Pálida solía verse su piel entre los hombres pero desbordaba una clara viveza frente a las níveas estatuas de mausoleo que la acechaban con la mirada y la invitaban a competir en evidente belleza.
Hacía tiempo que no podía respirar con profundidad aunque había conseguido disimularlo con elegancia y entereza. Su ajustado vestido de seda bañaba su figura de falsos sueños de libertad ahogados en aquella vieja jaula de piedra y toques de marfil. Realzando su pequeña cintura se encontraba aquel delicado tul de muñeca que dejaba ver la curvatura de sus piernas. Parecía correr oro entre las finas hebras de su ondulada melena, tiñéndola perpetuamente de aquel reluciente tono de solar. De bello perfil y tristes ojos, la bella cautiva contemplaba con resignación el paso de la luna al sol.
Discurriendo por las entrañas de aquel concurrido bosque, el quebrado sonido de las pisadas sobre la seca hierba retumbó en sus oídos.
Se acercaba.
Se acercaba con velocidad y braveza como siempre acostumbraba.
El discurrir incesante de lágrimas pareció cesar por unos instantes. Le humedad de sus ojos volvió a recuperarse, volviendo a recuperar algo de brillo y ápice de paz. Haciendo ademán de acercarse, la joven muchacha puso su cuerpo contra los barrotes. Una sonrisa floreció en sus labios de fresa, devolviéndole de nuevo el dulce color de la primavera.
Entre los arbustos emergió una espantosa figura. De aspecto huesudo y desagradable, un muchacho avanzó hacia la jaula portando con él un harapiento saco de tela. Sin dirigir una simple mirada a la joven que lo aguardaba a través de aquella hermosa cárcel, sumergió una de sus delgadas manos en él, sacando una bella copa de cristal con bordes de oro y motivos florales de plata que parecían emerger de la base hacia arriba, otorgándole un aspecto más regio y corintio que las propias columnas griegas. La belleza casi parecía mascarse en su magnificencia.
— Sin duda es la copa más hermosa – aclamó el artista mientras la alzaba por encima de su cabeza, contemplando cómo la atravesaban los rayos de sol de la ahogada tarde–. No la limpiaré: es más bella así con cierto toque opaco a través del sol.
— Ahora que vuelvo a verte tengo verdaderas razones para sonreír, mi artista – dijo con alegría la bella bailarina, apartándose un poco el cabello de la cara ya limpia de lágrimas. El ondear de su cabello invitaba al dulce balanceo de las olas del mar.
Como despertando de un profundo sueño, el artista le dirigió una mirada de asombro. Sin duda la belleza de la joven era cada día más evidente.
— No estás llorando – la acusó él, enfadado, dejando caer el saco al suelo. La furia recorrió su mirada como la dinamita haría estallar lo más profundo de una montaña.
— Pero... – musitó ella, frunciendo el ceño. Parpadeó con dolorosa incredulidad al comprobar como su amado artista la observaba como algo insignificante, ignorando todo lo que sentían desde hacía tanto tiempo.
— Estás más bonita llorando – sentenció él mientras daba un golpe contra los barrotes para asustarla. Aterrada, la chica se dejó caer de rodillas en el suelo ahogando su último grito de esperanza, miedo y dolor. De nuevo sus ojos comenzaron a  cobrar aquel matiz húmedo que avisaban de las próximas lágrimas. En un silencio hecho a golpes de crueldad, la desdichada muchacha lo contemplaba una vez más con el corazón tan ajado como la bolsa. Sus bellas lágrimas de plata brillaban mientras caían por sus mejillas, dándole un aspecto terriblemente radiante y delicado –. Así, así. Me gustas más así.
— Deja de hacerme llorar – le suplicó ella con el corazón sumergido en la misma congoja diaria –. Yo te quiero.
— Y yo – respondió con seguridad el artista, contemplándola con satisfacción y suficiencia de la misma forma en la que un pintor observa su mejor obra terminada–. Por eso siempre serás mi obra favorita.
Los delicados dedos de la joven rodearon los conocidos barrotes que la apresaban, sintiéndose como cada tarde sin fuerzas para proseguir su continuo día a día. A merced de las manos de su artista y las limitaciones de su amor, su voluntad quedó reducida a la de una muñeca en manos de las dictaduras de belleza.
Obviando aquella infausta situación, el artista continuo observando algunas de las maravillas de su colección. Ante él las mejores y más bellas figuras de mausoleos se alzaban como dioses de mármol de penetrante hermosura, a su lado los más bellos cuadros que jamás unas manos pudiesen haber creado. A tan sólo unos cortos pasos de distancia se encontraban los más elegantes cubiertos jamás diseñados por las manos de un experto diseñador. Ante aquel espectáculo de belleza, la horripilante fealdad del artista parecía cobrar evidentes signos de horror e incredulidad. La búsqueda de tan visual fin en aquel que tal don poseer no podría.
Ante él la mujer que más había amado y más bellas lágrimas poseía lo observaba a través del cristal dejándose llorar mientras él la contemplaba cada vez más extasiado por sus lágrimas. Dentro de él su corazón de amante se estremecía por cada lágrima caída por tantos días de encierro en su museo particular; sin embargo, su alma de artista se regocijaba ante tal sublime mirada, observando su propia vanidad de impotente artista en cada atisbo de reflejo derramado en cada una de las gotas de dolor y amor que la joven dejaba verter sobre su condenada prisión de amor. 

 Luis Antón

2 comentarios:

  1. Muy "La bella y la bestia" pero mucho más crítica y oscura. Bien podría ser una metáfora de muchas cosas que ocurren en nuestra sociedad.
    Genial ;)

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  2. Genial, me encantó! Te dejo novela, te invito a seguirme :)
    http://novelaelconserje.blogspot.com/2014/12/capitulo-1-el-nino-de-al-lado.html

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